El debate entorno a Maloma, mujer refugiada saharaui con nacionalidad
española, obvia que tan solo ella, y solo ella, tiene que tener la voz y
la última palabra, como mujer y única dueña de su vida. Entre todos los
que hemos caído en esta historia hemos secuestrado en mayúsculas a
Maloma.
Maloma y Sahara. Seguro que no hace falta que explique quién es
Maloma, pero quizás sí hay quien se pregunte dónde está el Sahara,
porque durante el último año mucho se ha comentado de esta mujer
refugiada saharaui con nacionalidad española y muchos son los que han
hablado por ella, pero ¿realmente se ha dicho algo? En resumen, Maloma
llegó a España desde los campamentos refugiados saharauis de Tinduf, en
Argelia, cuando solo tenía 10 años en un proyecto solidario de acogida
en los meses de verano que organizan y gestionan las distintas
asociaciones amigas del pueblo saharaui en el ámbito nacional. A ella le
tocó Mairena de Aljarafe, Sevilla. Por problemas de salud y para que
tuviese la posibilidad de estudiar, ya que el 80 por ciento de
las refugiadas carecen de posibilidades de continuar con los estudios
una vez superado el nivel de formación elemental porque deben de salir
fuera de los campamentos, su familia biológica aceptó que se
quedase con su familia de acogida, que no adoptiva. Cumplió la mayoría
de edad y fue adoptada con el consentimiento de Maloma, pero sin
informar de nada a quienes la esperaban en los campamentos, y así obtuvo
la nacionalidad española. 12 años pasaron hasta que Maloma volvió al
desierto. Y el resto ya lo saben: conflictos entre las familias,
acusaciones de secuestro, organizaciones e instituciones de por medio,
gobiernos, colectivos y medios de comunicación opinando, etcétera, y un
largo etcétera.
Pero este artículo no va sobre la historia concreta y exclusiva de Maloma, no. Maloma es una más de las mujeres víctimas de la guerra o mejor dicho, “de la guerra contra las mujeres”.
Porque en el Sahara Occidental no hay bombas, ni sale a diario en las
noticias por sus miles de personas refugiadas, violación de derechos
humanos y muertes, pero hay un conflicto que dura ya más de 40 años por
la ocupación ilegal de Marruecos y por la aún colonización de España. Y
como en todas las guerras, las mujeres son una moneda de cambio. No
solo sufren violencia sexual, física y psicológica, sino también
política. Se usan a las mujeres en los discursos fáciles,
demagógicos y populistas como el supuesto eslabón débil y vulnerable
para captar adeptos. No hace falta irse a un campo de refugiados, porque
es algo que se ha vuelto común y ya hasta normal. En España, nos
dedican 26 segundos en los debates antes de las elecciones para hablar
de una violencia machista que se ha convertido en un femicidio mundial y
luego nos siguen matando por el hecho de ser mujer, seguimos peleando
ante la brecha salarial, por tener las mismas oportunidades y por
defender la diversidad sexual, entre tantas cosas.
En torno a Maloma se ha generado un debate en el que tan solo
ella, y solo ella, tiene que tener la voz y la última palabra, como
mujer y única dueña de su vida. Han intervenido gobiernos,
tanto por parte de España como de la RASD (República Árabe Saharaui
Democrática, que, por cierto, España no reconoce). Hasta la ONU ha hecho
de intermediaria. Y según, ha dicho Maloma una y otra vez “ella quiere
estar un tiempo con su familia en los campamentos”, que no está
“retenida, ni secuestrada” y que “la dejen en paz que no ha pedido ayuda
a nadie”.
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