Enviado dosmanzanas el 19 diciembre 2013 en Cartas…, Discriminación, Homofobia/transfobia, Opinión, Violencia
Estos días hemos
sabido del surgimiento de una auténtica “franquicia hispánica” de los neonazis homófonos
rusos. Hablamos
del autodenominado “movimiento pilla-pilla”, un nombre tan ridículo que sería
de risa si detrás no hubiera un rostro siniestro.
Ya se ha mostrado en esta
misma página el
auténtico carácter homófono
de este grupo. Como sabe cualquiera con un mínimo de información, estos
colectivos buscan siempre un disfraz respetable. Los racistas y xenófobos ponen
la lucha contra la delincuencia, hablándonos de tal o cual inmigrante o gitano
que comete un delito. Y éstos hablan de la pederastia. Es bien conocido que
luego estos grupos van ampliando el círculo de sus objetivos. Nadie debe
llevarse a engaño. No sería la primera vez y deberíamos estar curados de
ingenuidad.
Yo me quiero ocupar
de otras razones más de fondo por las que debemos rechazar este grupo y
similares. Y por qué debemos hacerlo sin paliativos, pseudo-justificaciones ni
medio-simpatías. Nos jugamos mucho más de lo que algunos quizá se vean tentados
a pensar. Me permitiré
ponerlo por apartados y señalar con negritas algunas cosas importantes. Es
menos literario pero es útil para dejar más claro el mensaje.
1) En primer lugar, estos
chicos (y los menos jóvenes que están detrás) se toman la justicia por su mano.
Creen estar por encima
de la policía y de los jueces y piensan saber mejor que ellos qué está bien y
qué está mal, qué es delito y qué no. Con ello destruyen el principio mismo del
imperio
de la ley.
Ya Max Weber dijo que el estado es “el monopolio de la violencia legítima”.
Esto, que parece una frase rimbombante, señala un pilar fundamental de nuestra
convivencia, pues marca el límite nada menos que entre la civilización y la
barbarie. Vivimos en un mundo donde tenemos unas leyes que regulan nuestras
conductas. Esto nos garantiza una mínima seguridad y un saber a qué atenernos. La alternativa es la ley de la selva,
la “guerra de todos contra todos”. Supondría vivir en un mundo donde a cada
paso cualquiera que se viera agraviado podría atacarnos. Sería un mundo bien
triste y oscuro, donde no podríamos vivir con una mínima seguridad.
Por supuesto que las leyes
muchas veces se cumplen mal o no se cumplen. Por supuesto que las leyes se pueden revisar. Pero el
camino, precisamente, es buscar el cambio legal si así lo creemos justo.
En este tema, existe un debate nunca resuelto sobre la edad de consentimiento
para tener relaciones sexuales. Y no está resuelto porque sencillamente es
irresoluble aunque no podemos dejar de decidir y poner una edad concreta. La
mayor parte de los países de nuestro entorno la sitúa en 16 años y algunos en
los 18; en España es ciertamente baja por comparación: 13 años. ¿Hay que
cambiar la ley? Que se haga un debate y se decida, conociendo todos los datos.
También se puede ir más allá, e invertir en políticas de apoyo familiar para
que por ejemplo las madres y padres puedan estar más pendientes de sus hijos e
hijas (sí, políticas sociales, ésas que se están recortando). Pero nunca debemos dejar que unas
bandas callejeras nos dicten cómo tenemos que regularnos. Nos
jugamos mucho.
2) En segundo lugar, están
las vejaciones. Nadie merece este trato. Nadie
merece ser acosado, amenazado y sometido a un linchamiento, sea quien sea.
Hace ya algunos años, la gran pensadora Hannah Arendt escribió un libro memorable
de lectura obligatoria: Eichmann en Jerusalén (sí, el libro
de la película,
pero lean el libro…). Entre otras cosas, explicaba por qué las víctimas de las
cámaras de gas eran todas inocentes ¿Lo eran porque habían sido “buenas”? No.
Entre las víctimas, había de todo. Sin embargo, nadie merecía ese tratamiento;
ni siquiera los mayores delincuentes. Igual merecían otro escarmiento, pero ése
no. De igual manera, bajo ningún concepto está bien engañar, acosar y amenazar.
Nadie pierde su dignidad
humana ni sus derechos básicos. Cuando olvidamos esto, estamos perdidos.
3) Además, estos movimientos son una peligrosa
ocupación del espacio público. Si les dejamos actuar, irán ocupando
progresivamente nuestras calles e impondrán su ley. Andaremos cada vez con más
miedo. Así pasó en el período previo a la Alemania nazi y así
pasó en el País Vasco apenas anteayer. Y
además se irán envalentonando. Irán a más. Ampliarán sus objetivos. Siempre es
igual. Primero empiezan con los más fáciles de señalar, sobre
todo con aquellos peor vistos socialmente y que cometen delitos o los bordean.
Si les dejamos hacer, luego irán a otros también situados en los márgenes
aunque un poco más adentro en el círculo de la normalidad. Y más tarde a
quienes, hasta entonces, se sentían “respetables”. No nos engañemos. Hoy
apuntan a quienes tienen relaciones con menores de edad pero mayores para la
edad de consentimiento; es lo más fácil. Si se lo permitimos, mañana irán a por
otros gays, lesbianas, bisexuales y trans no tan mal vistos, pero que tampoco
encajan en el modelo de “buenos gays” y que la mayoría biempensante ve con
recelo (y no daré ejemplos para no dar ideas). Y si seguimos dejándoles,
finalmente acabarán atacando a los gays o lesbianas “normales” que tan seguros
se sienten hoy y que incluso llegan a aplaudir a estos fascistas. Tampoco la
mayoría heterosexual se salvará, pues pronto atacarían a quienes no
“cumplieran” mientras los demás vivirían permanentemente con el miedo a ser
señalados. Entonces
alguno verá por fin el verdadero rostro de esta “lucha social”. Pero será
demasiado tarde.
¿Historia tétrica?
¿Tremendista? ¿Exagerada? Es posible. Pero lo mismo dijeron algunos en 1933
ante los primeros que avisaron. Y mucho más menospreciaron a quienes vieron
años antes las primeras señales.
Nuestra situación hoy es parecida a la Europa de los años 30. Una crisis
económica general, crecientes desigualdades y tensiones sociales… Y parecida
necesidad de un chivo expiatorio. Y los candidatos son los mismos: los
inmigrantes, los africanos, los árabes, los gitanos, los judíos… y nosotros. Hace poco la prensa nos recordaba el siniestro crecimiento de
la intolerancia en toda Europa: Francia, Rusia, Eslovaquia, Hungría… Haríamos muy mal en menospreciar estos
signos. Por supuesto que no creo inevitable el panorama que he dibujado. Pero
evitarlo sólo depende de nosotros, de que sepamos plantarnos y decir un rotundo
“no”. No hay comprensión posible a sus actos, no valen los matices, las
palabras huecas o las palmaditas en la espalda a una actitud intolerable. Nos
jugamos mucho.
Empecé este texto con unas
palabras de Stefan Zweig. He hablado también de Hannah Arendt. Ellos
dos supieron bien y experimentaron en propia carne a dónde llevaba este camino
de odio y por qué de ninguna manera se podía justificar. Escuchémosles y no
repitamos su experiencia. Y
si aún así fracasamos, al menos mantendremos, como ellos y algunos otros, la
dignidad de saber de qué lado nos pusimos.
Hans
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