Rita Levi-Montalcini, el tesón de
la “dama de la neurona”
Mujer y judía en la Italia fascista, dio con las claves de la
neuroembriología en laboratorios clandestinos enfrentándose al machismo y el
racismo
Asier Arias
Levi-Montalcini fue una científica tenaz y feminista comprometida. En la
foto, de 2008, imparte una ponencia en la Katzir Conference on Life and Death
in the Nervous System
“El futuro del planeta depende de la posibilidad de dar a todas las mujeres
el acceso a la instrucción y al liderazgo”. Esta frase resume buena parte del
ideario feminista de la neurocientífica italiana Rita Levi-Montalcini. Ella
tuvo que luchar por su acceso a la instrucción e hizo posible el de muchas
otras mujeres con su activismo. Los frutos de su instrucción son hoy patrimonio
de todos. Aunque su teoría del desarrollo embrionario cuenta entre las pocas firmemente establecidas en biología tardó décadas en ser
aceptada. Sus aportaciones a la neuroembriología han sido cruciales para
comprender el desarrollo del sistema nervioso y están ayudando, entre otras
cosas, a avanzar en la investigación para la prevención de enfermedades neurodegenerativas.
En sus textos no científicos atacó toda clase de dogmatismo, defendió los
derechos de las mujeres y subrayó el valor de la autonomía y la honestidad.
El comienzo de una carrera de obstáculos
El despertar de la vocación científica de Rita Levi-Montalcini sólo
encontró impedimentos. El primero vivía ya en su casa antes de que ella naciera. Creció en el seno de una familia judía de origen sefardita,
acomodada y culta, pero tradicional. Su padre, hombre autoritario y de carácter
explosivo, encontraba absurda la idea de que una mujer recibiera educación
superior. Tanto él como su mujer querían ver a sus hijas convertidas en madres y esposas ejemplares.
Pretendían que, al terminar su educación básica, Rita y su hermana gemela Paola
asistieran a una escuela femenina en la que aprenderían todo lo que una buena
esposa necesitaba saber. Pero ellas tenían otros planes: a finales de los años
veinte Paola comenzó a estudiar pintura con Felice Casorati mientras Rita
preparaba el examen de acceso a la universidad. Ninguna de las dos se casó ni
tuvo hijos.
Solía decir que
ella misma era su propio marido y que nunca habría podido soportar la falta de
libertad a la que el matrimonio condenaba a las mujeres
En el momento en que sus padres entendían que debían comenzar sus vidas domésticas ellas
cimentaron sus vidas culturales. Paola daba los primeros pasos de lo que sería
una exitosa carrera artística y Rita ingresaba en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Turín. Entre más de trescientos alumnos sólo había siete mujeres. Sus compañeros la describían
como un calamar dispuesto a escupir su tinta ante cualquier intento de
galanteo. Siendo aún adolescente había decidido que nunca se casaría. Solía
decir que ella misma era su propio marido y que nunca habría podido soportar la
falta de libertad a la que el matrimonio condenaba a las mujeres del entorno en
el que creció. Hablaba a menudo del “dominio victoriano” de su padre y de la
sumisión de su madre. Ella no estaba dispuesta a reproducir ese modelo.
Una científica clandestina
En 1938 Mussolini promulgó el Manifiesto por la Defensa de la Raza, que
obligó a todas las personas judías a abandonar sus puestos docentes e
investigadores en centros italianos. Rita Levi-Montalcini era una de esas
personas. Llevaba investigando el desarrollo embrionario del sistema nervioso
en la Universidad de Turín desde su licenciatura en 1936. Su trabajo era irreprochable, pero tuvo que dejar el laboratorio.
Ni la oposición paterna ni el racismo hicieron que Rita se rindiera. Con el
guiño antisemita de Mussolini a la Alemania nazi todo el apoyo institucional para su investigación se había esfumado de la noche a la mañana. Por eso, poco
después de su expulsión de la universidad en verano de 1938, la joven
investigadora improvisó un pequeño laboratorio en su habitación e inició allí
unos estudios que revolucionarían la neuroembriología. Al año siguiente, el
guiño de Mussolini a Hitler se convirtió en alianza militar y las ciudades del
norte de Italia sufrieron constantes bombardeos. Rita y su familia tuvieron que
refugiarse en el campo, y su laboratorio clandestino fue a peor: un
microscopio, una incubadora y escalpelos que tuvo que forjar con sus propias
manos.
Cuando en 1943 los alemanes ocuparon los alrededores de Turín, Levi-Montalcini y su familia abandonaron su vida retirada en el campo para llevar una similar, pero ahora cerca de Florencia. Allí trabajó para la Cruz Roja y al terminar la guerra regresó a Turín para retomar por fin sus investigaciones en un laboratorio profesional, el mismo del que le habían expulsado siete años antes.
Cuando en 1943 los alemanes ocuparon los alrededores de Turín, Levi-Montalcini y su familia abandonaron su vida retirada en el campo para llevar una similar, pero ahora cerca de Florencia. Allí trabajó para la Cruz Roja y al terminar la guerra regresó a Turín para retomar por fin sus investigaciones en un laboratorio profesional, el mismo del que le habían expulsado siete años antes.
Su trabajo desveló las claves del desarrollo embrionario del sistema nervioso
Los embriones de todos los animales comienzan por ser pequeñas pelotas de
células idénticas. Conforme el embrión va desarrollándose, sus células se
diferencian para formar los distintos tejidos (huesos, piel, etc.). En determinada fase del
desarrollo, los miembros del embrión (patas, alas, etc.) ya pueden
distinguirse, pero a ellos no llega todavía ninguna neurona desde la médula
espinal, y de hecho las células que acabarán formando la médula todavía no son
neuronas. Antes de que el embrión rompa el saco amniótico o el cascarón, las
células de su futura médula espinal tienen que desarrollarse como neuronas y
estirarse hasta alcanzar cada miembro para conectarlo con las áreas del cerebro
que lo controlarán. Tienen que convertirse en neuronas y alargarse hasta su
destino sin equivocarse de camino. ¿Cómo lo consiguen? Levi-Montalcini buscaba
la respuesta en laboratorios improvisados desde finales de los treinta mientras
Viktor Hamburguer hacía lo mismo en Estados Unidos, pero en laboratorios
profesionales. La italiana leyó sus conclusiones en 1940, pero no concordaban
con los resultados que ella había obtenido.
Su
investigación condujo al descubrimiento del primer factor de crecimiento, el
factor de crecimiento nervioso (FCN). Sus teorías y descubrimientos tardaron
décadas en ser aceptados, pero le valieron el cuarto Nobel de Medicina concedido a una mujer, el de 1986
Cuando a un embrión se le amputa un miembro en desarrollo, más de la mitad
de las células que tendrían que diferenciarse como neuronas y llegar a ese
miembro desde la médula mueren. Según Hamburguer, esto sucedía porque, al
faltar el miembro, éste no puede segregar un hipotético factor inductor gracias
al cual células indiferenciadas se convierten en neuronas y se prolongan hasta
llegar al miembro. Rita descubrió primero que muchas de esas células no morían
por la falta del miembro, sino naturalmente, en un proceso de muerte celular
programada que hoy llamamos apoptosis. Más tarde descubrió que algunas de
aquellas células se convertían en neuronas aunque el miembro al que tendrían
que llegar faltara. La conclusión lógica era que el factor que Hamburguer había
imaginado no podía inducir a células indiferenciadas para que se desarrollen como neuronas. Cuando la joven científica llevaba apenas
unos meses de vuelta en el laboratorio de Turín sus resultados habían llegado
ya a oídos de Hamburger. El profesor que dirigía su investigación en Turín le
propuso hacer una visita de un semestre al laboratorio del científico
americano. Aceptó y el semestre duró más de veinte años.
Allí, en Estados Unidos, emprendió una larga e intensa investigación que
condujo al descubrimiento del primer factor de crecimiento, el factor de
crecimiento nervioso (FCN). El FCN es una proteína que guía el crecimiento de
las neuronas de la médula espinal durante el desarrollo embrionario: le dice a
cada cable cómo llegar a su enchufe. La guía química del factor de crecimiento
es necesaria para que cada neurona llegue a su órgano y contribuya a controlarlo desde el
cerebro. Hoy se conocen cientos de factores de crecimiento y nadie duda de su
relevancia en el control de infinidad de procesos biológicos. Sin embargo, hizo
falta tiempo para que los biólogos aprendieran a mirar sin desconfianza el
sorprendente campo de investigación abierto por Levi-Montalcini.
La última dificultad que su carrera científica tuvo que vencer fue el
ninguneo la propia comunidad científica. Sus teorías y descubrimientos tardaron
décadas en ser aceptados, pero cuando lo fueron le valieron el cuarto Nobel de
Medicina concedido a una mujer, el de 1986.
Gracias a la Fundación Levi-Montalcini miles de mujeres han podido estudiar
En 1992 Rita y Paola crearon la Fundación Levi-Montalcini, que la
neurocientífica italiana presidiría hasta su muerte. Desde su nacimiento, la
fundación ha conseguido miles de becas para que mujeres africanas puedan
estudiar. La intención de las hermanas Levi-Montalcini al crear la fundación
era la de ayudar a construir sociedades libres de machismo estructural en el
continente africano. A pesar de haber creado la fundación con más de ochenta
años, Rita nunca fue una presidenta honorífica: todas las tardes trabajaba en
las oficinas de la fundación, y aun así seguía encontrando tiempo para
colaborar con la Comisión de Derechos Humanos y el Departamento de Justicia del
Senado de la República Italiana. Además, continuó combinando su compromiso
político y su vocación intelectual: siguió de cerca la actualidad científica y
política y escribió con lucidez y entusiasmo hasta su muerte en diciembre de
2012. Estaba a punto de cumplir 104 años.
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