Quiero cobrar y cotizar en la
Seguridad Social. Quiero reconocimiento material y social. Quiero que las
plazas y las calles también lleven nombres de cuidadoras. No quiero volver a la
vida que tuvieron mis abuelas, lo que estoy pidiendo es una nueva forma de
entender todo ese limbo legal en el que estamos muchas mujeres. Y tengo diez
propuestas.

Ante la libre elección de una mujer siempre viene un cuestionamiento. Lo
primero es la desacreditación, poniendo sobre la mesa el tema de las opciones:
“¿Qué opciones tuviste?”, porque está claro que si te has decantado por algo así
es porque no pudiste hacer otra cosa. Si le pones tu apellido a tu criatura es
porque el padre no lo reconoció, si te rapas es porque tienes cáncer (os doy mi
palabra de honor de que me lo han llegado a preguntar varias veces), si te
defines como ama de casa es porque no pudiste encontrar un trabajo mejor.
No soy ama de
casa, estoy ama de casa. Ser ama de casa no me define, pero es parte de mi vida
y no creo que tenga ningún sentido negarlo. La labor de las personas que nos
dedicamos a los cuidados constituye una parte fundamental del PIB
El segundo cuestionamiento viene a través del intento de proyección del
miedo de mi interlocutor/a sobre mi persona: “Pero… ¿te has parado a pensar las
consecuencias que esto te va a acarrear?”. Esa premisa me recuerda mucho a los
consejos que oía durante la adolescencia, cuando decía que me quería hacer un
tatuaje. Y es que las mujeres, a ojos de esta sociedad, somos eternas
adolescentes que no calibramos bien las consecuencias de nuestros actos porque
no tenemos capacidad o madurez o vivencias o todo ello junto, para saber qué
nos conviene.
Y si esto no sirve para bloquearte, si aún así sigues siendo tan terca que
incluso te atreves a defender tu posición a estas alturas de la conversación,
llega el chantaje de la culpa: “Muy bien, si piensas que eso es bueno para ti,
allá tú pero… ¿Te has parado a pensar en las consecuencias que va a tener esto
para el resto de las mujeres, para tu hijo, para tu padre y tu madre, para un
largo etcétera de personas damnificadas? Por culpa tuya nos seguirán viendo a
las mujeres como responsables únicas de la crianza, por culpa tuya la gente va
a pensar que tu hijo, que lleva el apellido materno, viene de una familia
desestructurada (sí, esto también me lo han llegado a decir), por culpa tuya tu
padre y tu madre están señalados en el barrio como los de la hija rara, la
calva bollera…” ¡Qué egoístas somos las mujeres cuando decidimos hacer con
nuestras vidas lo que nos sale del coño!
Por otro lado quiero decir que soy ama de casa y no creo en los binomios.
Creo que esto me condenará a la llama eterna. No conozco a ninguna mujer que
sea ama de casa y punto. Ser ama de casa vs. trabajar fuera no existe. No soy
ama de casa, estoy ama de casa. Ser ama de casa no me define, pero es parte de
mi vida y no creo que tenga ningún sentido negarlo. Mi trabajo es importante,
muy importante, y la labor de las personas que nos dedicamos a los cuidados
constituye una parte fundamental del PIB de este y de cualquier país.
Y después de toda esta aclaración (… o justificación), una vez que ha
quedado claro que soy ama de casa porque quiero y/o porque puedo, que parte
fundamental de mi jornada está dedicada a eso que llaman trabajo reproductivo y
de crianza, ahora sí, ahora lo lanzo: quiero cobrar y cotizar en la Seguridad
Social. Quiero que el “trabajo de ama de casa” pase a ser empleo de ama de
casa”, con días de vacaciones pagadas, con una remuneración digna, con un
horario establecido. Quiero reconocimiento material y social. Quiero que las
plazas y las calles también lleven nombres de las trabajadoras del hogar,
tengas éstas o no un vínculo familiar con las personas a las que cuidan. No
quiero volver a la vida que tuvieron mis abuelas, no es eso lo que pido, no me
estoy cagando en los esfuerzos de la generación de mi madre por poder estudiar
y trabajar fuera de casa, lo que estoy pidiendo es una revisión del trabajo
doméstico, una nueva forma de entender todo ese limbo legal en el que estamos
muchas mujeres y para ello propongo una revolución de amas de casa basada en
estos diez puntos:
1. Que entendamos la diferencia entre trabajo y empleo y que
luchemos por dejar de ser trabajadoras y empecemos a ser empleadas,
autoempleadas o empresarias.
2. Que abandonemos la idea de maternidad y familia romántica y veamos la
familia como lo que es: una empresa que genera gastos y beneficios y que no
debe sostenerse a base del trabajo gratuito de nadie.
3. Que admitamos que nuestra situación actual es de esclavitud:
estamos trabajando por comida y techo, solo que ahora el amo es nuestro marido
en lugar de un señor que nos ha comprado en el mercado. Esclavas gratis, oiga,
me las quitan de las manos.
4. Que cuidemos el lenguaje y, en todo momento, las mujeres que nos
dedicamos a esto tengamos conciencia de que estamos trabajando. Aún se
escucha eso de “trabaja mi marido, yo no, yo estoy en casa cuidando de los
niños”.
5. Que separemos el trabajo reproductivo y de cuidado de personas
dependientes, del resto de las tareas domésticas y que gestionemos su
reparto como creamos oportuno, pero siendo conscientes de que no es lo mismo
una cosa que la otra.
6. Que creemos entidades a partir de las cuales puedan hacerse posibles las
contribuciones en la Seguridad Social (empresas familiares, cooperativas
de amas de casa, asociaciones…)
7. Que creemos entidades que nos ayuden a sentirnos fuertes como
colectivo y a encontrar apoyo y ayuda de diverso tipo en otras mujeres en las
misma situación de esclavitud (sindicatos, asociaciones, colectivos,
asambleas…).
8. Que apelemos a la imaginación y no dejemos que nos llamen
utópicas, que diseñemos y reivindiquemos fórmulas de organización que constituyan
objetivos a largo o medio plazo en nuestra lucha, como que el salario y las
contribuciones del cónyuge o la persona que trabaja fuera de casa, dejen de ser
nominativos y pasen a ser familiares y que las cantidades monetarias que se
generen se ingresen en cuentas de doble o múltiple titularidad. Si todos/as
trabajamos, todos/as cobramos.
9. Que incluyamos también una revolución desde lo doméstico, que
dejemos de “pedir derechos” y empecemos a “arrebatar los privilegios” de los
que gozan nuestras parejas, nuestros/as hijos/as o cualquier otro/a miembro/a
de la familia con respecto a horarios de trabajo, vacaciones y repartición de
tareas.
10. Y por último y a forma de resumen, lo que quiero decir es que… Nadie
debería nunca recoger la ropa interior de otro del suelo y echarla al cesto de
la ropa sucia, si ese otro puede hacerlo por sí mismo. Para todo lo demás, me
tendrás que pagar.
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