Nervios,
besos, tambores, reencuentros, ilusiones, abrazos, presentaciones,
inscripciones, reparto de materiales, sonrisas, expectación, largas
conversaciones y conversaciones a medias: “¿De dónde viene?”, “¿en qué
está trabajando?”, “¡cuánto tiempo sin vernos!”. Poco a poco todas
llegaban, apuntaban su nombre y elegían habitación para las cinco noches
siguientes. Esperaban impacientes a que alguien diera el pistoletazo de
salida.
-¿Usted sabe a dónde vamos?- preguntó una de las presentes a una desconocida.
-Creo que la organización no lo ha dicho aún- contestó la compañera.

El acto de inauguración del encuentro se hizo en el
Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá. Sonaban las batucadas
mientras se hacía de noche y empezaban a escucharse las primeras
reivindicaciones lesbofeministas. Con cada golpe de tambor, la ilusión
se hacía más evidente. 250 mujeres de 18 países llevaban meses esperando
aquel momento. Quién sabe el esfuerzo que tuvieron que hacer muchas de
ellas para llegar allí, no solo al encuentro, sino a ese día. Era una
cita de supervivientes. Ya dentro del auditorio, podía olerse la
emoción. Uno de los performances hizo enmudecer a las presentes. 500
ojos brillaban en aquel momento. Un grupo de mujeres negras, vestidas de
negro y rojo, increpaban al público: “¿Quién llora por nuestras
muertas?”, preguntaban.

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