- Mónica Quesada Juan (www.pikaramagazine.com)
- 09/12/2014
La sexóloga Mónica Quesada nos habla sobre la
necesidad de aprender y de reaprender en el deseo para llegar a ser como
realmente queremos ser.

¡Hola, La que se deja sin darse cuenta! Hasta aquí
oigo el restallido de tu látigo, amiga. Antes de entrar en materia, la
inversión de energía que haces en los auto latigazos tal vez te dificulten
centrarte en el camino recorrido y en que, gracias a él, puedas darte cuenta de
este aprendizaje. ¡Enhorabuena! ¡Qué bueno verlo porque, al pasar de la culpa a
la responsabilidad, las acciones comienzan a ser más eficaces! Si cuando
aprendíamos a andar nos hubiésemos centrado en las caídas —¡maldita sea! ¿Cómo
es posible que a estas alturas siga cayéndome?— y no en que gracias a ellas
sabíamos cómo dar el siguiente paso, aún andaríamos en la profundidad de la
culpa y, encima, con el culo limado de estar toda la vida sentadas.
“En el placer no es necesario conquistar ni defender.
Lo que hace falta es, simplemente, disfrutar de lo que hay”
A veces pasa que damos por hecho que tenemos cosas
superadas porque hemos leído todo lo posible sobre el tema. Sin embargo, una
cosa es leerlo y tener muy clara la teoría y otra, que se haga carne en nuestra
vida. Son los llamados ‘puntos ciegos’, que se producen entre la imagen ideal
que tenemos de nosotras mismas y lo que es en realidad. ¿Os suena aquello de ver
la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio? Esto se produce porque la
imagen que nos creamos no siempre coincide con lo que somos. Para descubrir lo
que somos y lo que queremos sin caer en lo que se espera de nosotras, hay que
ir ahondando en lo que se es en realidad, responsabilizándonos de nosotras
mismas y viendo que el mundo no es como lo vemos, sino como somos. Al final, el
aprendizaje y el reaprendizaje son los caminos para ser como realmente queremos
ser. Y no desde el ‘¡esto tenía que saberlo ya!’, sino desde el ‘¡qué bien que
lo estoy viendo ahora!’
Dicho esto, ¿hasta dónde te dejas? En el caso de que
hubieses sido educada como hombre, la frase que habrías recibido iría en la
línea de ¿hasta dónde has llegado/te ha dejado? Así, el disfrute del contacto
pasa a ser la búsqueda de amoldarnos al rol que nos ha tocado. Es decir, es
probable que mucho del disfrute experimentado se pierda cuando comienzan las
tormentitas —¿Iré demasiado rápido? ¿Me estaré dejando demasiado? Van a pensar
que…(pon aquí el estereotipo que más te resuene) ¿Hasta dónde me dejará llegar?
Si hago tal cosa, seguramente pueda avanzar un poco más; Va, que ya está cerca,
espero que no me deje así; Uf, espero dar la talla—. En resumen, todo
centradísimo en el placer del momento (modo ironía on). Como hablábamos
en el artículo de ‘¿Aún eres virgen?‘, las enseñanzas que recibimos
en función de si somos consideradas mujeres u hombres vienen dadas desde si
tienes que defenderte o atacar. Imagínate que nuestro cuerpo es una casa. En el
caso de las mujeres, se nos anima a construir vallas lo suficientemente altas
como para que no se nos cuelen en el patio, mientras que a los hombres se les
anima a meterse en todos los patios posibles. En consecuencia, por un lado,
está la preocupación de ellas por defender su patio y, por otro, el abandono de
la casa por parte de ellos. Total; ni unas ni otros disfrutan de su casa porque
la atención está fuera y el disfrute queda abandonado. En el placer no es
necesario conquistar ni defender. Lo que hace falta es, simplemente, disfrutar
de lo que hay. Tenemos una casa entera para pasear y sentir. Pero si nos
dejamos llevar por el cómo nos han dicho que tienen que ser las cosas, caemos
en el continuo de tener que llegar a la meta en vez de disfrutar de la
caminata, llegue a donde llegue y sea como sea.
“Si nos dejamos llevar por el cómo nos han dicho que
tienen que ser las cosas, caemos en el continuo de tener que llegar a la meta
en vez de disfrutar de la caminata”
Para concluir, te lanzo la siguiente pregunta: ¿qué
pasaría si fueras considerada una fresca? ¿Qué es exactamente ser una fresca? A
veces mantenemos creencias porque pensamos que, de no hacerlo, las
consecuencias podrían ser peores. Por ejemplo, hay mujeres que prefieren no
parecer unas frescas (¿?) porque llevarían peor lo que se dijese de ellas. Sin
embargo, tal vez el mantenerse ahí se debe a que no han indagado qué pasaría si
diesen el paso… (Por cierto; el término ‘fresca’ me recuerda al de
‘calientapollas’ del que hablábamos en este otro artículo).
Qué bonito sería si al ‘¿hasta dónde te has dejado?’
le añadiésemos un ‘disfrutar’. Así pues, te lanzo la pregunta maqueada: ¿Hasta
dónde te dejas disfrutar?
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