Tras mucho batallar, Antía ha logrado que el voleibol le concediera
la ficha federativa que le permitirá competir. Asegura que el encuentro
con el director del Calasancias, Luis Fernández, transcurrió de forma
natural y positiva. “Nunca hubo dudas en ningún momento. Pero como
nos enteramos que en otros deportes no habían tramitado la ficha,
consultamos a la Federación Española de Voleibol y me dijeron que solo
se requería el DNI”, señala.
Ya desde el año pasado, Antía, natural de Mos (Pontevedra), ha visto reconocida su identidad fenemina en su carné de identidad.
Sin embargo, durante años ha tenido que lidiar con las piedras que la
reglamentación deportiva le ponía en su camino. Ahora, podrá al fin “cumplir un sueño”, algo que perseguía desde la adolescencia. “Voy
a conseguir sentirme una más del equipo, algo que casi había sentido
con diecisiete años en el instituto y que, sin embargo, no se podía
haber materializado en participar en los partidos de la competición,
porque me quedaba en las gradas”, confesaba la jugadora en una reciente entrevista.
Antes de jugar voleibol, Antía practicó otros deportes: desde hockey
hasta halterofilia, pasando por ciclismo o patinaje de velocidad. “En
halterofilia, un detalle que recuerdo era ir a las escuelas municipales
ya con la ropa deportiva desde casa y, al terminar, irme sin pasar por
el vestuario. No era capaz de compartirlo con el resto de chicos. Me
sentía fuera de lugar. Era un momento incómodo. Me ocurrió con otras
disciplinas deportivas que practiqué. Si eran en equipo, tenía que ser
en un equipo masculino y yo no me veía. Entonces, optaba por deportes
más individuales, en los que podía estar yo sola, por mi cuenta”, recuerda. Según cuenta la jugadora a Marca,
solo hubo una etapa, comprendida entre los dieciséis y los dieciocho
años, en la que pudo compartir entrenamientos con el equipo femenino de
voleibol de su instituto. “Dentro del equipo me trataban como una más. Usaba la misma indumentaria y todo. Era fuera donde se veía raro“, apostilla.
Antía se encuentra ahora en proceso de reasignación, un proceso que califica de “tardío” ya que en 1986, “cuando debía haberse llevado a cabo, nada en España estaba preparado para ello“. Tampoco ayudó en nada la falta de apoyo familiar. Su familia, a la que califica de “conservadora, retrógrada, con una mentalidad muy cerrada”, insistía en que “he de hacerme un hombre hecho y derecho y que soy incorregible en muchos aspectos”.
Por eso, cuando la situación se volvió insostenible, Antía decidió dar
un golpe en la mesa e iniciar el procedimiento de tránsito social. “Empiezo a presentarme a la gente que me conoce y a gente que conozco de nuevas como Antía, y en femenino”. Como consecuencia de ello, su familia le dio de lado por completo, argumentando “que
en casa de una familia decente no puede haber lugar a esa nueva manía
que me ha entrado de vestirme así y que mejor coja mis cosas antes de
seguir incomodando a vecinos y a hermanos”.
Para ella, es necesario normalizar la situación y espera que su caso
contribuya a la visibilización del colectivo trans y pueda ayudar a
aquellas mujeres transexuales que están pasando por una situación
similar. “Me duele que todavía sea noticia. A mí me habría gustado
que fuese la cosa más normal del mundo que yo me apunte a un equipo, que
vaya a mis entrenamientos, que juegue con mi equipo, que me haga amiga
de mis compañeras y ya está”, dice.
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