lunes, 24 de abril de 2017

El invierno en un pueblo ocupado

Pikara Magazine                                                                                                                    12/04/2017


Aineto no es como los casi 19.000 pueblos que hay en el Estado español, se trata de un pueblo ocupado. No tiene ayuntamiento, tiene una asamblea. La propiedad de las casas no es privada, es libre. En febrero visitamos Aineto con una fotógrafa para ver si el invierno en este emplazamiento ubicado en el Prepirineo se vive como en todos los municipios que se encuentran en las montañas. Lo visitamos para ver si los casi 40 vecinos que aquí viven adoptan, cuando llega el frío, estrategias diferentes a las del resto de pueblos que conocemos.


Llegamos a Aineto para hacer un reportaje sobre cómo se vive el invierno en un pueblo ocupado y Felipe, la primera persona con quien hablamos, nos dice que no hay diferencia alguna entre el invierno allí y el que viven el resto de pueblos en los Pirineos. Se acabó, la fotógrafa y yo nos podemos volver a casa y abandonar esta crónica. Pero insisto.
-Alguna diferencia tiene que haber, Felipe. ¿Os organizaréis de un modo alternativo? Esto no es un pueblo como el resto -casi imploro- tenéis la asamblea.
-Claro. Aineto es un poco distinto, pero en lo del invierno que has venido a ver es como todos los pueblos. Mi compañera y yo recogemos la leña para pasar el invierno como hará la gente del pueblo de abajo.
Por si fuera poco llueve persistentemente y el parte dice que no cejará ni hoy ni mañana. De hecho, y a juzgar por el paisaje, parecería que el invierno no ha llegado hasta este rincón de mundo. Nada de nieve, nada de hielo. Solo el suelo embarrado y el termómetro del coche marcando seis con cinco grados a la una del mediodía.
-Bueno, esa es mi opinión -afirma Felipe como queriendo darnos un poco de esperanza-. Quizás otra persona piensa distinto.
Felipe vive en Aineto desde hace 25 años. Antes se dedicaba a la animación infantil e iba de pueblo en pueblo con sus espectáculos. Ahora tiene un taller de cervezas artesanales.
Desde que llegó al pueblo las cosas han cambiado. La organización era mucho más comunal, dice. Hoy la propiedad es libre, es decir si hay una casa sin habitar, puede meterse allí quien quiera sin pagar nada, pero la gestión es privada: cada cual consigue su comida y arregla su hogar como le place.
-Obviamente cuando decidí montar el taller de cervezas tuve que comentarlo en la asamblea para que el pueblo me diera el visto bueno. En esto Aineto es distinto. Pero en todo este follón nos hemos metido mi compañera y yo solos.

(...)

Esperamos que por la noche se enciendan las farolas de la calle, que la temperatura sea confortable en nuestras casas, que del grifo salga agua caliente que nos permita fregar los platos sin que nos duelan las manos. Lo esperamos y lo vemos normal. Pero no lo es.
Todas van a la asamblea que se celebra en la casa del pueblo, el lugar de reunión y donde en principio dormiremos, con su linterna colgando de la frente, y cuando
Ana, la madre de Oihane, nos ve en la oscuridad sin saber dónde meternos, nos dice:
-¿Qué vais a hacer ahora durante la asamblea? Podéis quedarnos en mi casa.
Es extraño meterse en casa de alguien que no conoces, pienso.

Aineto. / Foto: Clara Costa
-Os pido que intentéis que no se apague la estufa. Por ahora va bien de madera. Si veis que se está apagando meted un tronco.
Más extraño aún: la sensación incómoda de estar en casa de alguien que no conozco. Hasta ese punto he interiorizado el sentido de propiedad privada, hasta ese punto desconozco la hospitalidad que se ofrece sin pedir nada a cambio.
Finalmente cuando tras dos horas en casa de Ana, termina la asamblea, Nico y Oihane nos vienen a buscar.
-En la casa del pueblo no podéis dormir porque hará mucho frío por la noche. Lo mejor será que vengáis a nuestra casa. Tenemos una habitación con dos camas.
Más hospitalidad, más extrañeza.

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